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¿Qué hay detrás del arte cosmatesco?

Wikimedia Commons. Foto: Vassil

Un elemento que llama la atención a quien visita Roma por primera vez son los bellísimos pavimentos que tienen muchas de sus iglesias antiguas, todos ellos muy parecidos, hechos con pequeñas piezas de mármoles de la vieja Roma, formando patrones complejos, que producen efectos de una gran colorido, elegancia y vistosidad.

Un monje bizantino del siglo XII, llamado Filagato da Cerami, se quedaba admirado ante la belleza de estos suelos de colores. Decía que se parecían «a un prado en primavera, por el variado color del mármol que forma el mosaico, como adornado con flores, excepto que las flores se marchitan y cambian de color, mientras que este prado no se marchita y es perenne, porque guarda en sí mismo una eterna primavera».

Ciertamente, se trata de suelos muy antiguos, realizados en los siglos XII y XIII, antes del exilio de Aviñón. Y en ese sentido, es asombroso que perduren tanto tiempo en buen estado, pero esta «eterna primavera» de la que habla este buen monje está ayudada también por numerosas restauraciones, como luego veremos. Hoy vamos a asomarnos a los secretos de este arte, y a descubrir algo sobre sus autores y sobre la época que lo hizo posible.

En primer lugar, llama la atención el enorme éxito que tuvo esta técnica de aprovechamiento y reciclaje de los materiales nobles de la antigua Roma. Sin duda, la capital del antiguo Imperio ofrecía material suficiente para pavimentar todas las iglesias de la ciudad. Y muchas de ellas lo fueron; entre las que todavía conservan este suelo, están:

– San Juan de Letrán, sede del papado, en ese momento
– Santa María la Mayor
– San Pablo Extramuros
– Santa Croce in Gerusalemme
– San Clemente
– Santa Maria in Aracoeli
– Santa Maria in Trastevere
– Santa Maria in Cosmedin
– San Lorenzo Extramuros
– San Giorgio in Velabro
– San Bartolomeo all’Isola
– Santa Pudenziana
– Santa Práxedes
– Santi Quatro Coronati
– San Nicola in Carcere
– Santo Stefano Rotondo
– Santa Francesca Romana
– San Benedetto in Piscinula
– San Saba
– San Crisogono (Trastevere)

Muchas otras tuvieron pavimentos de este tipo y lo perdieron, como san Pedro del Vaticano.

Pero no se trata solo de pavimentos; esta peculiar técnica musiva sirvió para decorar otro tipo de elementos, tanto del inmueble como del mobiliario litúrgico: claustros, pórticos, tumbas, marcos de puertas y ventanas, portacirios, sagrarios, púlpitos, ciborios (templetes erigidos sobre el altar principal), paneles de la schola cantorum y del presbiterio, frisos… muchos de los cuales pueden admirarse todavía.

Wikimedia Commons. Fotos: 1. Peter1936F / 2. Sailko / 3. Nicolaseverino / 4. Lalupa

Esta ingente cantidad de trabajo parecería haber exigido una enorme masa de artesanos. Y, sin embargo, llama la atención precisamente lo contrario: este trabajo colosal fue llevado adelante por una ínfima cantidad de talleres: poco más de media docena. Esto lo sabemos por una peculiaridad muy notoria de estos artesanos: eran hombres orgullosos de su arte, seguros de sí mismos, con gran conciencia de la importancia de su labor. Por primera vez desde hacía siglos, surgía en Roma una técnica propia, que empalmaba con el esplendor de los antiguos. Estos marmolistas tenían entre sus manos el pórfido rojo, reservado a los emperadores, el preciado mármol amarillo de Túnez, el verde antico o mármol de Tesalia, y otros materiales semipreciosos, extraídos de las mejores canteras del Imperio, y ahora a su disposición en los grandes campos de ruinas de la ciudad. Con ellos revestían las iglesias de la urbe de un nuevo esplendor, ayudando a hacer de Roma, nuevamente, la caput mundi. El caso es que, imbuidos de la nobleza e importancia de su misión, estos artesanos comenzaron a hacer algo completamente excepcional en su época: ¡firmar sus obras! Estas firmas han sido el hilo de Ariadna con el que los investigadores han podido llevar a cabo su investigación sobre estos hombres, sus talleres, la época de construcción y hasta el estilo peculiar de cada uno de ellos. Y así, aunque siguen siendo hombres sin rostro, los marmolistas medievales de Roma, conocidos como los «Cosmati» –enseguida veremos por qué–, salen del anonimato y nos ofrecen una imagen bastante definida. Veamos, pues, quiénes fueron los creadores de estas preciosas obras, tan admiradas hoy por los turistas.

1. MAGISTER PAULUS. El primer maestro cosmatesco que emerge en la historia es el «Magister Paulus», que comienza a trabajar hacia el año 1100. Su nombre aparece inscrito en uno de los paneles que cierran el presbiterio de la catedral de Ferentino, 70 Km al Sureste de Roma. Por afinidad estilística se suelen atribuir a su taller muchas otras obras realizadas en iglesias romanas durante el pontificado de Pascual II (1099-1118). Al taller de este primer maestro entrarán varios miembros de la familia, que podrían ser hijos o nietos de Paulus: Giovanni, Pietro, Angelo y Sasso. Los cuatro reconocen en sus firmas su descendencia del cabeza de familia, fechando varias obras a mediados de siglo. Un hijo de Angelo (Nicola d’Angelo) llegaría a ser un gran artista, arquitecto y decorador, firmando obras muy reconocidas, en Roma y en otras ciudades, siempre dentro del Patrimonium Sancti Petri, precedente de los Estados Pontificios, que fue el área de actuación de los Cosmati. Tanto Nicola como un hijo suyo están activos en los años 70 y 80, prolongando la presencia activa del taller familiar durante casi un siglo. Esta sería la genealogía del magister Paulus:

2. EL TALLER DE LORENZO. Sería el más importante de todos, por la cantidad de obras realizadas. El cabeza de familia de esta saga de artistas sería el «marmolista Tebaldo», contemporáneo de magister Paulus. Trabaja –como él– desde comienzos del siglo XII, bajo el pontificado de Pascual II, un papa de gran aliento constructor, que dio un impulso notable al trabajo de estos primeros artesanos cosmatescos. Medio siglo después, hacia 1162, un descendiente de Tebaldo, llamado Lorenzo, comenzará su trabajo, pero su taller no cogerá vuelo hasta dos décadas después, con la incorporación de su hijo Iacopo, hacia 1185. Esta fecha marca para los estudiosos la división entre el arte «precosmatesco» y el plenamente «cosmatesco». Iacopo llegaría a ser el arquitecto favorito de Inocencio III (1198-1216), que está considerado como la cumbre del poder temporal de los papas medievales, y el «papa cosmatesco» por excelencia, por la cantidad de trabajos de este tipo que encargó para embellecer las iglesias de Roma.

Un hijo de Iacopo, llamado Cosma, será el responsable del nombre colectivo que reciben estos orgullosos marmolistas romanos. A mediados del siglo XVIII, cuando este arte comenzó a ser objeto de estudio sistemático, los críticos se dieron cuenta de que el nombre de Cosma se repetía con mucha frecuencia, y tuvieron la feliz ocurrencia de llamar «cosmatesco» a todo este estilo, y a sus artífices, los «cosmati».

Iacopo y su hijo Cosma trabajan durante el primer tercio del siglo XII, la época de su máximo esplendor y prestigio del arte cosmatesco. Ambos artistas, Iacopo y Cosma, realizarían el espléndido pórtico de la catedral de Civita Castellana (50 km al norte de Roma), mostrando así que los Cosmati no eran solo marmolistas y artesanos del mosaico, sino que podían ser auténticos arquitectos, y también escultores.

Wikimedia Commons. Foto: Mongolo1984

Las últimas trazas de este taller se encuentran a mediados de siglo. Luego, se pierde todo rastro de la familia que dio nombre al arte «cosmatesco». Para entonces, este tipo de arte estaba empezando a perder su aliento y se consumía ya en fórmulas repetitivas. He aquí el árbol de la familia:

3. FAMILIA VASALLETO. Una tercera familia importante es la de los Vassalletto. Su primer representante, de nombre desconocido, aparece entre 1130 y 1154. Pero es su hijo, Pietro Vassalletto (activo al menos desde 1180), quien firmó dos auténticas obras maestras, que pusieron a la familia en lo más alto de la fama: el claustro de San Pablo Extramuros, primero, y buena parte del de San Juan de Letrán, después. Este último, ejecutado entre 1220 y 1230, en la época de máximo esplendor cosmatesco.

Wikimedia Commons. Foto: Kuld

Otro dato interesante a raíz de lo que conocemos de esta familia es que los distintos talleres podían colaborar entre sí para la realización conjunta de ciertas obras. Y así, el magnífico portacirios pascual de San Pablo Extramuros –salvado milagrosamente del incendio que arrasó esta basílica– fue firmado conjuntamente por el gran Pietro Vassalletto y por Nicola d’Angelo, el mejor artista del taller de los Paulus.

4. OTROS TALLERES. Conocemos unos pocos talleres más, como el de Pietro Mellini, que también contaba con un Cosma entre sus miembros, y que estuvo activo hasta los últimos años del siglo XII, en vísperas del exilio de Aviñón; el de la familia de Ranuccio o Rainerio, que no trabajaron en Roma sino en ciudades cercanas; y otros nombres sueltos, como el de Drudo de Trivio, Pietro Oderisi y un fraile dominico. Pero, en general, como dijimos, fue un puñado de talleres, apenas media docena, la que completó esta obra colosal. Los que no dejaron huella, sin embargo, son la muchedumbre de artesanos que sin duda hubo detrás de la sesentena de autores que firmaron las obras: gente que pasó su vida cortando con gran precisión piezas de mármol de la mañana a la noche, un año tras otro, hasta el final de sus días.

Continuará…

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